Siempre Llega Justo a Tiempo

En marzo de 1994, recibí una invitación de enseñar en una escuela de discipulado de Juventud con una Misión, en la ciudad de Tepic, Nayarit, México. En aquellos días, vivíamos por la fe, y por lo tanto, nunca había una abundancia de dinero. Cuando enseñaba en tales países, tenía que hacerlo sin expectación de recibir un pago. A veces estos ministerios me daban una ofrenda, y a veces, hasta pagaban mis gastos, pero por lo regular, no podía yo esperar tal. Nuestro dinero tenía que venir de diferentes personas que nos apoyaban o mensualmente o con ofrendas de una sola vez.

Así que, cuando recibí esta invitación, tuve que sentarme y contar el costo, ver lo que teníamos en el banco, y calcular el costo del viaje. Miré a un mapa, y entendí que la distancia sería más o menos de 1525 kilómetros. Sabiendo el precio de gasolina en El Paso y el kilometraje carro nos dio, y considerando cuáles otros gastos habría, me parecía que teníamos lo suficiente para hacer el viaje. Hice el compromiso con el líder que me invitó. El me dijo que su ministerio no tenía el dinero para pagarme, pero le dije que no se preocupara por eso. Dios proveería.

Mi esposa y yo manejamos nuestro Chevrolet Suburban, con nuestros 4 hijos abordo, y una pequeña traila a trás. Esa fue un “camper,” que yo había convertido en algo para llevar nuestro equipaje, y así darles a nuestros hijos más espacio en el carro. El viaje fue de varios días, quedándonos en diferentes ciudades en el camino. También hubo algunas “aventuras” que experimentamos. Mientras íbamos cruzando lo llamado “espinazo del diablo” en el estado de Durango, una camioneta nos pegó al lado de la traila en una curva. Nos paramos al lado de la carretera, pero el otro conductor nunca ni pausó. Nuestra traila sufrió daños, pero no eran suficientes para hacernos parar o para estorbar nuestro progreso.

Lo que sí nos sorprendió fue el costo de todo. Al cruzar la frontera con Mexico, normalmente las cosas eran más baratas, pero esto no siempre es el caso. La gasolina costó mucho más que en Tejas. Además, habían cuotas inesperadas que pagar en las carreteras, y esas cuotas nos devoraban el dinero. ¡Resulta que llegamos a Tepic sin lo suficiente para regresar a nuestro hogar!

Sin embargo, llegamos a la base de “Jucum” en Tepic, y era una casa privada en medio de la ciudad. Nos instalamos, y los niños exploraron toda la casa y encontraron lo interesante y divertido. Me encontré con el personal y los estudiantes, y el día siguiente, empecé mi semana de enseñanza. Cada día, el líder de la base me recogía y llevaba a otra parte de la ciudad, en donde se llevaban a cabo las clases. Yo enseñaba aproximadamente 4 horas al día, y tomamos el almuerzo en medio. Luego, el líder me llevaba a la casa donde nos quedábamos.

El primer día, mi esposa Lynn me preguntó acerca de lo que íbamos a hacer en cuanto a nuestra situación financiera. Le dije, “¿Qué me quieres decir con esto?” Ella respondió, “Pues, tu sabes que no tenemos lo suficiente para regresar a casa. ¿Vas a pedir ayuda del líder?” Eso me hizo sentir muy infeliz. “Tu sabes muy bien que no tienen dinero. Yo acepté venir sin paga. ¡¿Cómo puedo pedir dinero ahora?!” Yo sentía vergüenza al pensarlo, y desagradecido con toda la situación. Le dije que íbamos a tener que confiar en el Señor para suplir nuestras necesidades. Mi esposa, normalmente confía más en el Señor que yo, que tiendo ser más práctico tal vez, y solo quiero saber los hechos. Pero esta vez, ella fue la persona más práctica. “¿Qué quieres decir con esto, confiar en el Señor? ¿Qué piensas? Estamos en México, y aparte de este líder, nadie aquí nos conoce. Nadie nos va a mandar dinero, y tampoco el dinero va a caer del cielo. ¡Tendrás que decirle que necesitamos ayuda económica!”

“Mira,” le dije, “Yo simplemente no puedo hacer tal cosa. Tenemos que orar y pedirle a Dios que nos supla esta necesidad.” Con eso, la dejé y fui a enseñar mi clase. Enseñé de lunes a viernes. Y cada día, nosotros discutíamos este asunto. Cada día, ella insistía que le yo hablara con el líder de nuestra necesidad. Y cada día, le dije que no podía. Por fin, nuestro último día llegó. Dios no había provisto ni un centavo durante la semana. Lynn y yo hablábamos. Ella me dijo, “Hoy es el ultimo día. Hoy, tendrás que decirle.” Yo sentí muy mal por la manera en que las cosas habían resultado. Pero, ni modo, no habría otra opción. El día siguiente, íbamos a tener que volver a casa, y no teníamos lo suficiente para hacerlo. Simplemente, tendría yo que pedir ayuda. ¿Quizá Dios estaba tratando con mi orgullo? “Si hablaré con él hoy,” le aseguré con tristeza.

Pensé tocar el tema mientras que él me llevaba a la clase, pero por alguna cosa no esperada, él no pudo, y mandó a otro joven para llevarme. “Está bien,” pensé, “Lo haré durante el almuerzo.” Pues, él tampoco llegó para el almuerzo. “Le dire cuando me lleva a casa,” pensé por dentro.

Al terminar mis clases, él vino a recogerme. Subimos al carro, y determiné tocar el tema. “Oye hermano,” empecé, “Hay algo que quiero…” En ese momento preciso, él vio a la esposa de su pastor caminando al lado de la calle. “Esa es la esposa de mi pastor,” se interrumpió, “Debemos averiguar si necesita transporte.” Mi solicitud de dinero tendría que esperar una vez más.

Nos dirigimos a lo largo, y él y la esposa del pastor hablaron sobre una variedad de temas mientras yo me quedé en silencio. Por fin, llegamos a su destino y la dejamos bajar. ¿Le debo decir ahora? Charlamos de otras cosas mientras yo me preparaba mentalmente para hacer mi petición. Pero más rápido que yo esperaba, habíamos llegado, y tuve que bajar. ¡El tiempo se nos había acabado! “Oye,” le empecé a decir…” Pero de repente, él me interrumpió.

“¿Sabes qué?,” me dijo, “Disculpa que te interrumpa, pero hay algo que tengo que decirte.” Lo miré, mis cejas levantadas. “Hoy nos reunimos los líderes, y sentimos de parte del Señor darte una ofrenda. No es mucho, pero aquí tienes. Yo sé que te dije que no pudimos, pero si tenemos un poquito, y creemos que Dios quiere que te demos lo que tenemos.” Con esto, me entregó un sobre. Lo acepté con gratitud, y me bajé de su auto sin abrir el sobre. Nos despedimos uno del otro, y entré a la casa.

En nuestra recámara con mi esposa, le dije lo que él me había dicho, y juntos abrimos el sobre. Dentro encontramos el equivalente de $90 dólares en pesos mexicanos. Con ese dinero, partimos el día siguiente para nuestra casa en Tejas.

Adivina cuánto nos costó la gasoline y las cuotas para volver a El Paso. ¡Como $88 dólares! Me acordé de la escritura que dice, “Antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído.”  (Is. 65:24) Dios supo exactamente cuánto no iba a costar volver a casa, y aseguró que lo teníamos. ¡Su provision para nosotros había llegado de verdad, y nunca tuve que decírselo a nadie!  ¡Con una sonrisa, me di cuenta que había llegado justo a tiempo! ¿Y sabes qué? ¡Cuando se trata de Dios y su provisión para nosotros, la verdad es que “siempre llega justo a tiempo”!