Hace unas semanas, tuve que meditar en las siete epístolas escritas a las siete iglesias de capítulos 2 y 3 de Apocalipsis. Quisiera compartir con uds., mis hermanos de habla hispana, esta meditación. ¡Hay tantas aplicaciones en estos capítulos para nuestras vidas en el día de hoy! Quiero recomendarle a ud. que los lea de nuevo, antes de considerar mis aplicaciones abajo.
Hay varias maneras de aplicar este pasaje a las siete iglesias. Primero, consideremos el cuadro que nos pinta respecto al cuidado del Señor por nosotros. El anda en medio de todas las iglesias y sabe exactamente lo que enfrentan y cuáles son sus capacidades y debilidades. De esto podemos entender que así también como individuos nos conoce. Él sabe nuestras áreas débiles y fuertes, nuestros fracasos y victorias. No todos enfrentamos las mismas circunstancias o desafíos, y no todos tenemos las mismas capacidades en la vida.
Lo que sí tenemos en común es la presencia del Señor con nosotros y su promesa de proveer por cada necesidad. Debemos siempre esforzarnos para andar a la luz de esta realidad, desarrollando nuestra conciencia de la presencia de Dios con nosotros, sabiendo que él siempre nos cuida y que le daremos cuentas por lo que hacemos en la vida. Las iglesias esas no iban a recibir todas las mismas recompensas o castigos, y nosotros tampoco recibimos todos iguales, no importa como vivamos. No, hermanos, la Biblia claramente declara en tales versículos como 2 Cor. 5:9, 10, que habrá diferentes grados de recompensa y juicio, según lo que hayamos hecho, y debemos tomar eso en cuenta.
Las siete iglesias no estaban todas en la misma condición. Para la mayoría, el Señor los comendaba por algunas cosas positivas, pero también tenían por lo menos algunas cosas con las cuales él no estaba agradecido, cosas por las que los redargüía y avisaba. Hubo dos iglesias (Sardis y Laodicea), que no tenían nada positivo que decir, y otras dos (Esmirna y Filadelfia), que no hubo nada negativo que decir. Todo esto nos muestra que es posible fallar, no cumplir con la voluntad de Dios, permitir algún pecado, alguna enseñanza falsa, el amar al mundo, o la apatía entrar en nuestras vidas y nuestra relación con Dios y derrotarnos. De igual manera, es posible vencer, sobresalir, serle fiel a Dios, y agradarle en todo lo que hacemos.
Seguramente lo que hace la diferencia no es un acto soberano de Dios, algo con que no tenemos parte o control. Más bien, lo que hace la diferencia tiene que ser algo de nuestra parte, tiene que ver con nuestra fe y obediencia, y la manera en que hayamos tomado posesión de lo que él ha provisto. Si no fuera así, ¿cuál sería el propósito del juicio? Si todos los creyentes automáticamente y sin ninguna iniciativa personal siempre hiciéramos la voluntad de Dios, ¿por qué entonces comendaría él a algunos y reprendería a otros? ¿Para qué dar avisos contra cosas peligrosas o pecaminosas? La lección aquí es que todos debemos “ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor” como dice Fil. 2:12. Tenemos que aplicarnos y tomar posesión de lo que Dios nos ha provisto en Cristo Jesús.
Las varias debilidades y pecados expuestas por el Señor en estas epístolas también debemos considerar cuidadosamente. Aunque probablemente no enfrentamos en nuestros días exactamente las mismas enseñanzas falsas o las mismas tendencias equivocadas de ellos, ¡ciertamente enfrentamos algo por el estilo! La tendencia, por ejemplo, de dejar nuestro primer amor, o caer bajo alguna tentación de la carne, o algún compromiso con el mundo es algo con que todos batallamos a veces. Aplicamos las lecciones de estos capítulos con estar alertas a estos peligros y evitarlos.
Finalmente, y en línea con lo de arriba, aplicamos este pasaje cuando consideramos que el Señor prometió grandes recompensas a todas y cada una de las personas en estas iglesias que “vencieren.” El hecho que aún a las iglesias que habían fallado hasta lo más bajo, fueron dadas tales promesas debe mostrar que todos somos capaces de vencer o sobresalir. Es algo que aún el más nuevo o débil, aún el más pecaminoso o desviado entre nosotros puede alcanzar, si tan solo lo hicieran. Pablo dijo en Ro. 8:37 que somos todos “más que vencedores en Cristo.” Pero hay dos lados de esta verdad que debemos considerar:
Por un lado, el vencer no puede ser algo solo para las élites, que solo los “super-espirituales” pueden alcanzar. Si fuera así, estos se jactarían de sus obras y logros. Pero el mismo Libro de Apocalipsis nos cuenta de los ancianos que echarán sus coronas delante de los pies y el trono del Señor. (Apoc. 4:10). Seguramente esto demuestra que los verdaderos santos reconocen que cualquier logro o victoria en sus vidas fue solo debido a la gracia y la provisión generosa de Dios. Ninguno de nosotros va a vencer debido a algo especial en nosotros mismos, es decir, en nuestra carne. Más bien, venceremos, como dice otra escritura de Apocalipsis, “por medio de la sangre del Cordero y el testimonio de ellos,” es decir, por medio de lo que Cristo ha hecho por nosotros y el tomar posesión de ello por la fe. (Apoc. 12:11).
Lo que esto significa es que a través de Cristo, Dios ha hecho posible y disponible una vida abundante y victoriosa. ¡Su gracia es suficiente para nosotros! ¡Nunca debemos olvidarnos de esto! Nunca debemos dejar que nuestras dudas, temores, o el pecado “que tan fácilmente nos asedia” (Heb. 12:1) nos derrote a nosotros. No debemos poner nuestra vista en nosotros mismos, como si fuéramos suficientes en nosotros mismos, sino que debemos siempre confiar totalmente en el nombre de Jesús y reconocer que solo él nos puede dar el poder necesario para vencer y sobresalir. Su gracia se perfecciona en nuestra debilidad (2 Cor. 12:9), y es nuestra fe en esa verdad que nos da el poder parar vencer al mundo (1 Jn. 5:4).
Como dije, hay un otro lado de todo esto también, que es lo siguiente. Aunque Pablo dijo que todos somos más que vencedores en Cristo, nadie jamás conquistó o venció sin tener enemigos que confrontar, batallas que pelear, y desafíos que enfrentar. No debemos ser sorprendidos o desanimados que la vida cristiana es muy difícil a veces. Más bien, debemos enfrentar estos desafíos con confianza, sabiendo que los podemos superar si “tenemos oído” para escuchar lo que el Espíritu nos dice. ¡Ciertamente podemos vencer! Todo lo que necesitamos para hacerlo Dios ya nos ha provisto. Pero no podemos simplemente ignorarlo o dejarlo a un lado, o pensar que Dios va a hacerlo todo por nosotros. Somos responsables delante de Dios, y tenemos que aprovechar y tomar posesión de nuestra herencia, nuestras armas y la armadura de Dios, la gracia y la verdad de Dios y usar todo esto bajo su dirección y por su poder. Tenemos que “pelear la buena batalla” (2 Tim. 2:7), y si lo hacemos, podemos confiar y estar seguros de que nuestro Señor nos dará el poder para vencer.
¡No son los fuertes por su propia cuenta que vencerán, sino los débiles que reconocen su debilidad y dependen de la fuerza de Dios!